Este es mi blog hecho para la escuela, como una carpeta virtual.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Reseña de "El Hobbit" de J. R. R. Tolkien

Concebido en un principio como un cuento para sus hijos, Tolkien comenzó a escribirlo en la década del 20, y el manuscrito fue prestado a varias personas hasta que acabó en manos de una editorial que le pidió publicarlo.
En la novela, la primera en ser escrita del Legendarium de Tolkien, se sigue el viaje de Bilbo Bolsón, un hobbit como cualquier otro, en compañía del mago Gandalf y los enanos. A diferencia de otros miembros de su raza, Bilbo decide salir de los confines de la Comarca (y también de su zona de confort), siguiendo a sus ánimos de aventurero. Durante el viaje, llega a conocer a los elfos, pasar por las Montañas Nubladas (pobladas por trasgos, siendo también el lugar donde encontró al Anillo) hasta llegar a la Montaña Solitaria, el lugar donde los enanos matarían al dragón y reconstruirían su reino.
Es un libro absolutamente fantástico, en el cual no hay página en donde uno pueda descansar ya que siempre ocurre algo.  La bastedad del universo creado por Tolkien es, al menos para mí, un motor en la lectura, haciendo que siempre estés preguntándote por qué, cómo, cuándo, quiénes y donde. Sin embargo, el hambre por más detalles no logra eclipsar al manejo que se tiene cerrando la historia, bien podría ser un libro que no tiene ninguna continuación o historia de fondo, siendo comprendido incluso si uno nunca leyó o vio algo relacionado con El Señor de los Anillos.
Ya sea para introducir a un niño en la lectura, o simplemente para disfrutar, “El Hobbit” de J. R. R. Tolkien es ampliamente recomendable, lo tiene todo: solidez argumental, creatividad, originalidad y un buen estilo que te impide abandonar la lectura.

domingo, 12 de junio de 2016

Clap

- Creo que ya están dormidos – mi hermana me susurra con una sonrisa aflorándole en el rostro tenuemente iluminado por la lamparita que colgaba del techo.
Todavía nos quedaba una pila de botas para coser pero eso no importaba, la noche era nuestro momento para liberar la tensión del trabajo.
Me estiré hacia el alto ropero de madera y comencé a hacer lugar para esconder las botas mientras Elsa nos preparaba la ropa para poder cambiarnos y salir. Al cabo de unos minutos ya nos encontrábamos traspasando el portón y dirigiéndonos hacia Avenida de los Constituyentes, atravesando el aire invernal en la soledad de la noche.
Ya estando a unas cuadras del club la música se escuchaba: sonaban The Beatles y parecía que hasta las piedras bailaban al compás de Yellow Submarine. Las calles se hacían eternas porque nos separaban de la diversión y no podíamos resistir el impulso de danzar en cada paso que dábamos; sabíamos que los muchachos que nos íbamos a encontrar en el baile nos estarían viendo llegar y que debíamos mantener la compostura pero lo único que nos interesaba era el placer que producía la secuencia entre giros y movimientos de brazos al son de la tonada.
Finalmente llegamos, algo despeinadas por nuestro improvisado baile y agitadas por la gran distancia recorrida. El lugar, aunque espacioso, ya estaba lleno y la gente seguía cayendo en el baile. Los muchachos, agazapados sobre la puerta, listos para abalanzarse sobre cualquier chica que pasase cerca suyo, nos miraban con avidez. Ahí fue donde cometimos el primer error. Elsa es joven todavía y no aprendió que a esa gente no hay ni que mirarla.
Rápidamente nos escabullimos y pudimos escapar, y rápidamente también volvimos al estado de júbilo previo al momento de tensión. Las manchas de humedad de las paredes invitaban a la imaginación y bailábamos como nunca antes. Sin que nos diéramos cuenta, el baile ya tocaba su fin y la gente, así como había llegado, se iba.
-Rápido Elsa, no quiero que nos encontremos a esos de la puerta de nuevo- la apuraba a mi hermana, tratando de despegarla del chico que había conocido. Traspasamos la puerta y emprendimos nuestro regreso a casa, ya sintiéndome más segura por el simple hecho de no haberlos visto.
Clap clap clap. El sonido de los tacos contra el cemento era lo único que interrumpía el silencio.
Clap clap clap. El cansancio ya invadía nuestros músculos.
Clap clap clap. El trabajo nos esperaba en cuanto llegáramos y ese simple pensamiento hacía que añore aún más la noche que acababa de transcurrir.
Clap clap clap. Ya no había música en el aire.
Clap clap clap. Escuché algo raro.
Clap clap clap. Varios pares de pies siendo arrastrados.
Clap clap clap. Agarré a mi hermana del brazo y la apuré de nuevo.
Clap clap clap. Tenía miedo de darme la vuelta.
Clap. Una voz nos congeló:
-¿Tan lindas y tan solas?
-¿No les gustaría que las acompañemos?- otro gritó.
Lentamente nos dimos vuelta, con temor de lo que nos podríamos encontrar. Obviamente ya teníamos en la cabeza el pensamiento de unos hombres mayores y sucios, con barbas desaliñadas y barrigas henchidas de cerveza, y la desilusión no llegó esta vez.
Eran cuatro hombres, todos con overoles azules ya desteñidos por el uso y la mugre. El hedor de la cerveza se olía a pesar de la distancia que débilmente se interponía entre nosotros.
Los pies se arrastraban hacia nosotras, que atemorizadamente nos dábamos la mano buscando un contacto amigable que nos hiciera recordar que no estábamos solas.
Una extraña danza se desarrolló a continuación, los hombres daban un paso hacia nosotras que causaba que diéramos un paso atrás. Paso adelante, paso atrás. Paso adelante, paso atrás. Paso adelante, chocamos con la pared.
Continuaron su camino hacia nosotras, Elsa miraba desesperada hacia las esquinas, esperando que alguien apareciera para ayudarnos. En cambio, yo trataba de pensar una manera de escapar.
Los pasos de pronto se acabaron y el tiempo parecía ser lo único que se escapaba de mis dedos. Levanté la cabeza solo para encontrarme con unos dientes amarillos y desparejos que me miraban desde una sonrisa pervertida.
-¿No les gustaría que las acompañemos? – repitió una vez más, pero ahora alzando su mano para acariciar mi mejilla. Instintivamente le corrí la mano y traté de sujetar a mi hermana.
De pronto, las luces de la calle se apagaron y nos dejaron a oscuras. Esa era nuestra oportunidad, los hombres estaban distraídos y se había abierto un hueco que nos dejaría ir hasta la parada de colectivo más cercana.
Clap clap clap. El sonido de los tacos contra el asfalto se escuchó de nuevo.
Clap clap clap. El viento corría por nuestro pelo.
Clap clap clap. Éramos libres. Subimos al colectivo.